Las joyas de los egipcios: más que un adorno

2022-09-30 20:46:42 By : Mr. Eric Hua

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Pectoral procedente de la tumba de Tutankamón en el Valle de los Reyes. En él se aprecia al faraón entre el dios Ptah y la diosa leona Sekhmet. Museo Egipcio, El Cairo.

Actualizado a 12 de septiembre de 2022 · 08:45 · Lectura:

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La joyería desempeñó un papel fundamental en la vida diaria y en las costumbres funerarias de los habitantes del país del Nilo. Los faraones y sus familiares, el clero, los nobles y todos aquellos que podían permitírselo adornaban su cuerpo con joyas, que sólo estaban al alcance de una minoría y constituían, por tanto, un símbolo de su elevada condición social. En un texto de finales del Imperio Antiguo, Las lamentaciones del sabio Ipuwer, se recuerda una gran crisis de la historia de Egipto en la que "los collares de cuentas adornan el cuello de las esclavas, mientras las damas nobles vagabundean por ahí lamentándose de no tener nada que llevarse a la boca"; señal de que, en circunstancias normales, sólo las clases más favorecidas podían lucir estos caros ornamentos. Pero las joyas en el antiguo Egipto también tenían un poder mágico y religioso como amuletos protectores, efectivos tanto en vida como en el más allá.

Los egipcios crearon todo tipo de joyas, con las que se acicalaban de la cabeza a los pies: pulseras, brazaletes, anillos, collares, pectorales, cinturones, amuletos, tobilleras, coronas, diademas y pendientes. La arqueología ha demostrado que las joyas fueron utilizadas sin distinción por hombres y mujeres. Unos y otras apreciaban en igual medida los metales nobles, de manera especial el oro y las piedras preciosas y semipreciosas, por lo que los egipcios se vestían y embellecían con infinidad de joyas tanto en la vida cotidiana como en las grandes ocasiones.

Muchas piezas se realizaron en plata, electro (una aleación de oro y plata), cobre y bronce, casi siempre complementadas con piedras preciosas o semipreciosas como cuarzo, turquesa, lapislázuli, cornalina, gemas, alabastro y amatista, y con vidrio coloreado. Pero en su gran mayoría se fabricaron de oro puro. Éste era el metal más apreciado por los egipcios, que le atribuían connotaciones divinas; una inscripción decía: "El oro es la carne de los dioses [...]. Recuerda cuáles fueron las palabras de Re cuando comenzó a hablar: 'Mi piel es oro puro'".

Brazaletes de oro procedentes de la tumba de Tutankamón decorados con escarabajos de lapislázuli. Museo Egipcio, El Cairo.

El oro se extraía fundamentalmente de los desiertos de Nubia –nb o "país del oro"–, mientras que la plata se importaba del Próximo Oriente y, a partir del siglo VII a.C., de la península ibérica a través de los fenicios. El cobre se extraía de las minas del Sinaí, y el estaño, que se mezclaba con el cobre para producir bronce, se conseguía del Próximo Oriente, de las islas Casitérides (islas Británicas) o de la península ibérica. En los muros de las mastabas se han hallado representaciones que nos muestran la entrega de metales a los faraones como fruto de la explotación de minas, el comercio, los tributos y el botín de las campañas militares.

El cobre se extraía de las minas del Sinaí, y el estaño, que se mezclaba con el cobre para producir bronce, se conseguía del Próximo Oriente.

La importación de metales preciosos permitió el desarrollo de importantes talleres de joyería en las ciudades egipcias, particularmente en Menfis, Coptos, Tebas y Alejandría. Estos talleres estaban impulsados por el Estado, que introdujo una larga lista de cargos y especialistas relacionados con el trabajo del metal: jefes de talleres, jefes de artesanos, jefes de orfebres, cinceladores, grabadores y sopladores, entre otros. Aunque nunca firmaron sus obras, los orfebres disfrutaron de un gran prestigio. Gracias a los relieves de algunas tumbas podemos ver cómo se desarrollaba su trabajo y el tipo de herramientas que utilizaban: desde buriles, cinceles y martillos hasta pipas de soplar, fuelles, hornos y moldes. Los joyeros desarrollaron técnicas de orfebrería cada vez más sofisticadas, desde el calado y el cincelado hasta el repujado y, sobre todo, el grabado.

A partir del Imperio Medio se comienza a utilizar la técnica del granulado, que consiste en la realización de minúsculas esferas o granos de metal, en especial de oro y plata, que por medio de la soldadura se adhieren a las piezas de joyería.

Miles de piezas fueron fabricadas con la técnica del cloisonné, entre ellas el extraordinario pectoral de Tutankhamón.

Diversos collares de oro y piedras semipreciosas datados de la dinastía XVIII. Museo Británico, Londres.

La técnica del tabicado o cloisonné es uno de los grandes logros del arte egipcio. Consistía en dividir la pieza en pequeñas celdillas por medio de una serie de finas láminas metálicas que se fijaban al objeto mediante fundición y, posteriormente, se rellenaban incrustando diminutas piezas de pasta vítrea o piedras semipreciosas como jaspe, lapislázuli, gemas, malaquita... Miles de piezas fueron fabricadas con esta técnica, entre ellas el extraordinario pectoral de Tutankhamón, que –entre muchos otros elementos– incluye la imagen de una divinidad con las alas extendidas, todo ello realizado en oro con incrustaciones de lapislázuli, cornalina y turquesa.

Muchas de estas joyas, particularmente los grandes y pesados collares formados por aros de oro, fueron regalos de los reyes a los nobles como recompensa por las victorias militares que habían conseguido. En un relieve de la tumba de Ay se puede ver cómo este primer ministro de Akhenatón recibe un collar usej de manos del faraón, mientras que en el cuello lleva seis collares de eslabones de oro como premio a su valentía.

En un relieve de la tumba de Ay se puede ver cómo este primer ministro de Akhenatón recibe un collar usej de manos del faraón.

Entre los regalos más importantes que un alto dignatario podía recibir estaba el denominado "collar de las moscas", o "moscas del valor". Se trataba de la más alta condecoración militar que podía otorgarse a un servidor del faraón; su figura se explica porque para los antiguos egipcios las moscas simbolizaban la persistencia; se quería, por tanto, premiar la tenacidad para vencer al enemigo. Aunque normalmente se concedía a hombres, también la recibió la reina Ahhotep –madre de Amosis, el fundador de la dinastía XVIII y del Imperio Nuevo– por su trascendental papel en la guerra contra los invasores hicsos.

Brazaletes de oro y lapislázuli decorados con el ojo udyat. Proceden de Tanis. Dinastía XXII. Museo Egipcio, El Cairo.

Las joyas no constituían únicamente un adorno, sino que también tenían una función religiosa y protectora. Podían adoptar la forma de múltiples divinidades, como Ptah, la diosa leona Sekhmet, el ureo (la cobra protectora de la realeza) y otros dioses como Anubis e Isis. También podían tener la forma de símbolos como el ojo udyat de Horus, el nudo tiet de Isis o el pilar djed de Osiris. Igualmente, las había zoomorfas, con figuras de toros, gacelas, patos, perros, moscas, peces, etc., y con motivos del mundo vegetal como papiros, flores –sobre todo el loto– o frutas, ya que los egipcios sentían una gran predilección por la flora de su entorno, en la que veían el símbolo de la belleza, el nacimiento de una nueva vida y el paraíso.

Se creía que las piedras preciosas o semipreciosas, como el lapislázuli y la turquesa, que se hallaban bajo la protección de Hathor, proporcionaban alegría y felicidad a quien las llevaba. Así se ilustra en un cuento recogido en el Papiro Westcar, en el que se narra cómo un día que el faraón Esnofru paseaba en su barca por el lago de su jardín, a una de las jóvenes que lo acompañaban se le cayó al agua un amuleto en forma de pez tallado en una turquesa del Sinaí, el reino de la diosa Hathor. "Esnofru –dice el texto– le prometió reemplazar la joya perdida, pero la joven deseaba recuperar la que se le había caído a toda costa. Y así lo hizo con la ayuda de un mago: las aguas se abrieron y la joya pudo ser rescatada de las entrañas del lago".

Se creía que las piedras preciosas o semipreciosas, como el lapislázuli y la turquesa, que se hallaban bajo la protección de la diosa Hathor.

La función protectora de estas joyas trascendía la vida terrenal, pues se creía que mantenían a los difuntos alejados de cualquier peligro a la vez que les concedían fuerza y vigor para su existencia ultraterrena; el oro y la plata en particular, como metales nobles, conservaban el cuerpo para la eternidad. Así, en muchas tumbas se ha encontrado gran cantidad de joyas a modo de ajuar funerario. Una de las más frecuentes es el escarabajo Khepri, encarnación del Sol que renace, y por ello sinónimo de eterno regreso y resurrección. Muchos de estos amuletos se colocaban entre las vendas de las momias, en el cuello, el torso y el corazón, para facilitar su viaje al más allá. En la momia de Tutankhamón se descubrieron nada menos que 143 objetos, que incluían joyas como collares, pectorales y ojos udyat.

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