Transformar las heridas en perlas

2022-06-24 18:50:28 By : Mr. Andrew Zhen

Para santa Hildegarda De Bingen, teóloga de la Iglesia del siglo XII, una de las cuestiones esenciales en relación con el crecimiento espiritual es cómo transformar las heridas o sufrimientos en perlas. De esto depende, según ella, nuestra humanización. Porque nadie está exento de sufrir, pero sí depende de nosotros cómo las manejamos. A veces nos encerramos en la autocompasión y nos estancamos en esas emociones; las reprimimos y las utilizamos para evadir los desafíos. Así, o nos pasamos la vida echándole la culpa a otros por nuestros propios problemas o la hacemos fecunda.

Para esto hay que volver a contemplar las heridas, padecerlas y elaborarlas, lo que puede hacerse en terapia, en acompañamiento espiritual o en la propia relación con Dios. Las heridas, como el arte japonés del Kintsugi, que resalta las grietas de los jarrones de cerámica con oro, no se deben ocultar, sino atesorar y llevar como un recuerdo muy valioso de nuestra vida que, una vez sanadas y transformadas por el amor, pueden ser de gran utilidad también para otros y dar muchos frutos.

Para poder ayudarnos a salir de estos estados de desolación y sacar frutos de ellos, hay que resignificar las heridas y mirarlas como perlas. Eso no es algo que suceda en el momento mismo del sufrimiento. Tampoco la ostra crea una joya al instante de recibir un elemento “intruso” y doloroso dentro de sí. Por lo tanto, observar cómo la naturaleza forma las perlas nos puede ayudar también a sacar los frutos de las propias heridas que podamos haber sufrido y volver a mirarlas con todas las capas de nácar que hayamos podido sumar. Estos son puntos a tener en cuenta en este proceso:

Las perlas no dejarán de doler de vez en cuando, como cuando duelen los huesos porque va a llover (aunque digan que es solo una casualidad y no una causalidad), pero las podremos compartir a los demás y ser todos más ricos al final. Al reconocer las propias perlas y la de los demás, somos conscientes de nuestra hermandad, de cómo nos acompañamos en el peregrinar y cómo éstas adquieren sentido si le sirven a alguien más a aliviar su dolor. Eso fue lo que vino a hacer Jesús al encarnar. Él tomó todas las “heridas” posibles de la humanidad y las fue transformando en perlas y urdiendo como un verdadero collar para hacernos evidente que ninguna de ellas nos puede matar si la confiamos a Dios y la atravesamos con humildad.

El Señor sacó frutos de todas las heridas que recibió desde su más tierna infancia hasta la muerte en cruz; dio hasta su última gota de sangre para demostrarnos que, sobre todo mal, estupidez, ignorancia o fragilidad humana, el Amor todopoderoso de Dios es superior y puede vencer hasta la misma muerte y darle resurrección. Todas sus heridas literales y del alma se conservaron en su cuerpo resucitado para hacernos presente que nosotros también podemos resucitar de todo sufrimiento y agonía y partir de nuevo.

Solo habrá que tener la fuerza y la fe para soportar la agonía de la cruz, pasar por la muerte, soportar la desesperanza del sepulcro, pasar por el miedo y la incertidumbre total, esperar que se dé proceso interno de “amortajar” lo que tiene que morir, para luego darle el pase a Dios mismo con todo su poder para que nos levante y resucite. Jesús es el camino, solo debemos seguirlo.