Entrevista a Susana Baca antes de sus shows en Argentina | La cantante peruana comienza el viernes en Tucumán una gira de dos semanas que termina a fin de agosto en el Teatro Ópera | Página12

2022-10-07 21:20:57 By : Ms. Linda Zheng

El director de la escuela le dio un palo como bienvenida. “Tome”, le dijo. “Para los chicos que se portan mal”. Corría el año 1968 y Susana Baca era una maestra recién recibida que daba sus primeros pasos en una escuela de las sierras del Perú. Todavía estaban lejos sus viajes por regiones costeras y andinas para rescatar los ritmos invisibilizados de la cultura negra de su país, las palabras de Chabuca Granda nombrándola su heredera y sus aventuras musicales con David Byrne. También reseñas como aquella del New York Times, que a mediados de los noventa aseguró: “Su voz suave y distinta tiene la fuerza como para crear su propia tradición”. Pero ya estaba presente su espíritu rebelde, o al menos lo suficientemente rebelde como para negarse a usar el palo y cambiarlo por un aparatito con el que podía pasar música en el aula para cantar y bailar con sus estudiantes. Pocos años después, en 1972, se llevó el primer premio en un festival internacional en las playas de Lima en el que participaban, entre otros, Alfredo Zitarrosa y Víctor Heredia. A partir de entonces emprendió un camino signado por su romance con la música negra y los poetas de su tierra, y soportó continuos rechazos de las grandes discográficas (“¿Poesía? ¿Ritmos afroperuanos? No vende”, le decían) hasta que el destino dio un repentino giro a sus cincuenta años de edad, cuando de la noche a la mañana se convirtió una de las artistas peruanas más celebradas en todo el mundo. Y, dos décadas después, en la primera mujer designada ministra de Cultura en Latinoamérica.

“Estamos lejitos, pero qué bueno poder comunicarnos”, es lo primero que se la escucha decir del otro lado de la línea. Con setenta y ocho años recién cumplidos, su voz al teléfono se desenvuelve cálida, sin prisa, y resuena con ese mismo tono suave pero cargado de sustancia que desplegó en los quince discos que editó a lo largo de su carrera. Enseguida cuenta que está en Austria −una de las paradas de la gira que a partir del próximo fin de semana la llevará a tocar en diferentes ciudades de nuestro país− y que al día siguiente cantará en Namest, República Checa, invitada para abrir un festival internacional de música que se lleva adelante todos los años en un castillo construido en el siglo XVI. “Estoy tomando vitaminas porque es una gira muy larga, ¡hay que estar fuertes!”, ríe.

La visita a la Argentina comienza el viernes 19 de agosto en Tucumán y luego estará en Córdoba, Río Cuarto, Mendoza, Rosario y La Plata para terminar el 27 de agosto en el Teatro Ópera de Buenos Aires, junto a Raly Barrionuevo. Un reencuentro postergado por la pandemia que a su vez la tendrá presentando el exquisito Palabras urgentes, su más reciente disco, producido Michael League (líder del ensamble neoyorquino Snarky Puppy) y editado a mediados del año pasado por la discográfica Real World Records, fundada en 1989 por Peter Gabriel. “Se habla mucho de la versatilidad de Susana para abordar diversos ritmos y géneros, pero no me parece que esa sea su mayor su virtud”, comentó League. “Amo su voz. Podría estar escuchándola fascinado cantar la misma nota durante todo el día”.

Sucesor del premiado A capella, registrado durante lo peor de la pandemia y editado en 2020, Palabras urgentes (cuyo título homenajea al primer manifiesto del movimiento vanguardista de poesía Hora Zero, surgido a comienzos de los setenta en el Perú) fue grabado en Lima, con Susana preparando cenas compartidas al final de cada jornada y bocados autóctonos para degustar entre toma y toma. Una anfitriona cálida y festiva que supo conjurar para la grabación el ambiente relajado que quedó registrado al comienzo de “Vestida de vida”, el tema que cierra el disco y que arranca con medio minuto de conversaciones animadas, brindis y cantos de fondo acompañados por chasquidos de dedos y ruidos de cubiertos sobre platos, hasta que entra un coro y entonces la inconfundible voz de Susana: “Estamos tejiendo un chal/ con hebras que cada uno/ va tomando de su historia/ Vengan a tejer hermanos/ hay muchísimo que hacer”.

“Es un abrazo y un grito de furia”, afirma la cantante, y agrega que es su favorito a la fecha, con canciones que venía con ganas de cantar desde hace tiempo. “Palabras urgentes surge como un disco que tiene mucho dolor por lo que viene ocurriendo en nuestro país, con jueces corruptos y políticos pensando en cómo se benefician y cómo benefician a sus amigos. Y varias canciones tratan sobre mujeres líderes de la historia del continente que pelearon por sus tierras, y cuya lucha finalmente está siendo reconocida”. Ahí están la líder afroperuana de la guerra independentista Catalina Buendía de Pecho o la heroína Micaela Bastidas, esposa y principal consejera de Tupac Amaru. Y, por supuesto, Juana Azurduy: “Mercedes Sosa es una inspiración enorme para todas las cantantes de esta tierra”, cuenta. “Tuve la suerte de conocerla comienzos de los ochenta, cuando estaba exiliada en Europa. Yo había viajado a Madrid y ella hacía dos funciones en un teatro importante de esa ciudad. Cuando terminó el show, fui hasta la zona de camerinos, me crucé con su esposo y le dije que venía del Perú y tenía muchas ganas de verla. Me invitaron a entrar, y no me olvido más de que cuando Mercedes supo que venía de Latinoamérica, la primera cosa que me dijo, con esa manera tan dulce de pronunciar las palabras que tenía, fue ‘¡Cómo se extraña la tierra!’”.

En estos días Susana está también presentando el primer tomo de sus memorias, que arranca desde su infancia y se detiene en el momento exacto en que su vida dio un vuelco a mediados de los noventa. El nombre que eligió para el libro es Yo vengo a ofrecer mi corazón, una canción que fue especialmente importante para ella durante la cuarentena. “En esa incertidumbre horrible que fueron los primeros días de la pandemia yo estaba muy deprimida”, cuenta. “Daba vueltas por la casa angustiada, pero casi de manera inconsciente, mientras hacía mis cosas, me cantaba a mí misma como un mantra, constantemente, ‘Quién dijo que todo está perdido’”. Los músicos de su banda estaban en Lima, a 136 kilómetros de donde ella vivía, en Santa Barbara, con muy mala conexion de internet. Fue entonces cuando el sociólogo Ricardo Pereira, compañero de Susana desde comienzos de los ochenta, la alentó a cantar y grabar como fuera. “Vino un alumno y empezamos a grabar las voces con un micrófono y los videos con un celular. La primera cancíón que grabé, claro, fue ‘Vengo a ofrecer mi corazón’. Y ese disco finalmente ganó un Grammy el año pasado, fue una alegría muy grande”. Después amigos en común le pasaron la versión a Fito, y él le grabó Susana un mensaje muy bello que dice guardar hasta el día de hoy. “Hemos prometido vernos”, cuenta. “Justo no va a estar en Buenos Aires cuando esté allá, pero ya nos encontraremos para darnos el abrazo que nos debemos”.

Descendiente de una familia con larga tradición de músicos, Susana Baca nació en 1944, en un barrio limeño donde los negros preservaban sus ritmos tradicionales en jaranas de callejones que podían durar días y en las que ella, desde sus primeros pasos, se mezclaba a cantar y bailar. Su madre, una cocinera de quien heredó la pasión por los platos regionales (y bailarina que en las jaranas generaba rondas alrededor suyo), solía llevarla a su trabajo. “Mi madre preparaba las comidas para la gente acomodada”, cuenta en su biografía. “Siempre le decían: Señora, viene tal cumpleaños, vamos a tener tantos invitados, ¿qué se le ocurre a usted preparar? Lo bueno para nosotros estaba al final, cuando terminaba la fiesta, ya que llegaba a casa con sus canastas, que contenían lo que no habían consumido los invitados”. Pronto llegó su primer golpe, cuando tras ganar un concurso de canto en su escuela le negaron una beca por su color de piel. “Fue un disgusto y decepción grande. Mis compañeras me habían elegido para concursar y gané, pasé la audición y los demás exámenes, pero llegado el momento no me la dieron. En esa época no me daba cuenta de que me segregaban por el color de mi piel, pero lo intuía. Había también niñas de rasgos indígenas que tampoco fueron elegidas. Después me cambiaron de colegio, ¡es que me volví muy rebelde!”.

Algo ya habría aprendido Chabuca Granda cuando aconsejó a una casi adolescente Susana: “Busca canciones también de otros, porque no te van a escuchar mucho si cantas solo las mías”. Corría el año 1963 y Susana cursaba el magisterio. Una de sus profesoras, amiga de Chabuca y conocedora de la pasión de su alumna por la música, la llevó un día a casa de la ya por entonces consagrada cantante. “Le dije a Chabuca, ‘Te voy a cantar una de tus canciones’. Canté ‘Rosas y Azahar’ y le confesé: ‘Me voy a dedicar a cantar con canciones tuyas’. Ahí fue que ella me dijo eso, y así fue que la conocí”. Chabuca tomó a Susana bajo su ala y les dijo a las empleadas de su casa que le abrieran la puerta aun cuando ella no estuviera. Y que la iban a ver mucho en su biblioteca y entre su colección de discos.

“Para una joven sin recursos como yo, esa experiencia fue como cursar otra carrera en la universidad”, recuerda Susana. “En esa época Chabuca estuvo rindiendo un homenaje a un joven poeta nuestro que se llama Javier Heraud, que se fue a la guerrilla y fue asesinado por el ejército en en medio de la selva. Ella se conmueve con esa muerte, tenía una amistad muy fuerte con poetas de esa generación que fueron a llorar la muerte de Javier a su casa, y yo estaba ahí presente. Quedó totalmente conmovida, no compuso una sola canción en un año, y cuando finalmente lo hizo, la primera fue ‘Las flores buenas de Javier’, donde ella le dice… ‘Oye hermano si supieras…’”.

Del otro lado del teléfono se hace un silencio. Susana se quiebra. Tras otro silencio, continúa: “La vi trabajar en esa canción… ‘Oye hermano si supieras, la muerte que te dimos, contesta hasta mi sombra, qué piensas de la muerte que te dimos’. Le habla como si fuera un hermano”. Unos años después, en 1970, Chabuca le ofreció trabajar como su asistente. “Yo ordenaba sus papeles. Ella iba y venía mucho de viaje, entonces tenía una mesa en un cuarto llenecita de papeles, y yo le ordenaba todo. Me encontraba con cartas que no podía leer, y también con bocetos de canciones, ese fue otro aprendizaje enorme. Todo eso está en la autobiografía. El que la ha escrito a partir de lo que le contaba ha sido Ricardo, mi compañero, que tiene una manera de contar que me enamora”.

Fue justamente una canción de Chabuca, “María Landó”, la que David Byrne escuchó en la voz de Susana durante unas clases de español en Nueva York. Su profesor era un argentino amigo suyo, el cineasta Bernardo Palomo, quien unos años atrás había filmado a la cantante en una plaza de Lima. “Me sentí intrigado”, contó Byrne por entonces. “Además de descubrir el sonido afroperuano, me encontré con una artista increíblemente conmovedora y orgullosa de su cultura”. Susana −que en los ochenta había llegado a vender mermeladas en la calle para financiar uno de sus discos (aun guarda una cuchara como recuerdo de aquellos días)−, contó que lo primero que pensó cuando David Byrne se puso en contacto con ella fue: “¿Por qué una persona así de famosa se pone en contacto conmigo? Yo creía que los famosos solo se ponían en contacto con otros famosos”.

El líder de Talking Heads viajó hasta Perú para conocerla, y terminó hospedado en su casa durante dos semanas. Durante esa estadía, Byrne viajó por diferentes regiones para compilar las canciones que luego incluyó en la antología que editó en 1994 en Luaka Bop, bajo el título Black Soul of Perú. Entre piezas clásicas y contemporáneas, ese disco incluyó no solo la grabación de Susana de “María Landó” sino también una versión del propio Byrne. Tras el éxito de crítica y ventas de ese disco, David le ofreció a Susana grabar un disco. Así nació Susana Baca, editado en 1996. A partir de entonces, Susana agotó shows en Nueva York y diferentes ciudades de Norteamérica y Europa, y en el Perú comenzó el murmullo preguntándose quién era esa mujer que subía al escenario con pies descalzos y conquistaba a gringos de todos lados. Para el siguiente disco, Byrne convocó al productor de moda Craig Street (Cassandra Wilson, John Legend, Norah Jones), y a los músicos Marc Ribot y John Medeski para que participaran de la grabación junto a una banda de instrumentistas peruanos dirigida por el percusionista Hugo Bravo, quien sigue colaborando con Susana hasta el día de hoy. Titulado Eco de Sombras (2000), el disco fue otro éxito, y entre otras menciones fue elegido entre los mejores del año por la edición francesa de Inrockuptibles.

La misma formación de músicos se alistó para su siguiente disco, Espíritu vivo, cuyas sesiones de grabación arrancaron en Nueva York nada menos que el 11 de septiembre de 2001 por la mañana. Cuentan que Marc Ribot pidió de todos modos grabar su parte, y que durante la sesión podían verse sus lágrimas mientras tocaba su guitarra. “Veníamos de tocar en un bar bien arrabalero de Nueva York y estábamos listos para grabar”, contó Susana en una entrevista hace unos años. “Cuando nos disponíamos a arrancar, el percusionista nos llamó para que viéramos la televisión. Fue muy triste, y el disco se convirtió en una descarga”. Espíritu vivo fue el trabajo en el que Susana se propuso incorporar a su repertorio canciones de todas partes del mundo. Así fue como incluyó, siempre en traducciones a su universo sonoro, temas en francés, un cover de su amigo Caetano Veloso y hasta una preciosa versión en español de “Anchor Song”, de Björk. Ya alguna vez había mencionado que la etiqueta World Music no le hacía mucha gracia, y que ella se sentía tan compañera de Manu Chao como de Cassandra Wilson.

Aquella joven docente de sus comienzos había dado sus primeros pasos en una escuela de las comunidades vulneradas de las sierras del Perú. “Esos niños estudiaban hasta mediodía y a la tarde iban a trabajar a un lugar horrible que funcionaba como abastecimiento de Lima. Allí llegaban los camiones, y ellos eran cargadores”, recuerda. “Solo pensaban en eso, la clase no les interesaba. Y la única manera de que su espíritu pudiera estar presente era entregarles hojas de papel y que pintaran lo que se les ocurriera. Y cantábamos, y bailábamos, ¡cómo bailábamos en el aula!”, cuenta Susana, que nunca usó el palo para los que se portasen mal con el que la recibió el director del colegio. “Casi me desmayo”, asegura, cuando se lo dio. “En lugar de eso, les ponía música, y ellos cantaban. ¿Y sabes qué canción me cantaron cuando les pregunté cuál conocían? La de Héctor Lavoe (canta): ‘Cuando llegará el día de mi suerte, sé que antes de mi muerte seguro mi suerte cambiará’. ¿Te das cuenta del nivel de atrocidad que vivían esos niños para cantar eso?”.

Susana conoció a Ricardo Pereira a comienzos de los ochenta, y pocos años después comenzaron a realizar viajes por todo el Perú para rescatar esos ritmos intencionalmente olvidados que habían nacido de los esclavos. De esas travesías por regiones costeras y andinas nacieron dos discos acompañados de sendos libros de crónicas relatando sus vivencias y descubrimientos: Del fuego y del agua (1992) y El amargo camino de la caña dulce (2013). “Una de las cosas que me sorprendió mucho de esos viajes fue el golpe e’ tierra, del que quedaba ya no una canción sino un pedazo de una canción”, cuenta. ¿Qué es el golpe ‘e tierra? “Es un ritmo de 6x8 del norte del Perú (canta): ‘Hablan los negros del con, contestan los de tu ma, hablan durundun dundurundá’. Es un ritmo muy cruzado, la guitarra puede ir en un sentido, la percusión en otro y las voces en otro. ¡Y cómo se combinan! Después fui a Bolivia, a la zona donde viven los afrobolivianos, y me encontré a un señor muy mayor. Estábamos grabando un documental para la televisión japonesa, y ese señor cantaba un golpe e’ tierra. ¡Qué fortuna haber podido escuchar a esos cultores en el Perú y ver que podías recoger en Bolivia lo mismo! Yo no soy musicóloga, pero fue hermoso descubrir todo eso”.

También se encontró con muchos descendientes de esclavos que, acostumbrados a no transmitir su cultura a sus descendientes para que no sufrieran las mismas discriminaciones que ellos, se mostraban reticentes a recordar su historia. “He encontrado a señores, preguntarles acerca de cómo era tal canción, y ellos decían ‘No, eso es de la época de los esclavos y yo no he sido esclavo’. La discriminación ha hecho que mucha gente se lleve a la tumba parte de su historia, de su música, y no hemos podido rescatar eso. Es una cosa triste”.

No debe haber muchos casos donde un disco que recibe el Grammy al mejor de un año haya sido grabado quince años antes, pero eso mismo le pasó a Susana. En el año 2002, su disco Lamento negro recibió en los Estados Unidos el Grammy al Best World Music Album. Pero lo cierto es que el disco premiado fue una reedición sin su autorización que ni siquiera enlistó los nombres de los músicos que participaron en la grabación. Por aquellos años, un sello británico había mandado representantes a Cuba para escarbar en discográficas y conseguir los derechos de grabaciones que pudieran repetir el éxito del Buena Vista Social Club, y así dieron con ese disco que había tenido su origen en un encuentro entre Susana y Silvio Rodríguez en la URSS.

“Habíamos hecho una grabación muy elemental en Perú con la que fuimos al Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes en la Unión Soviética. Allá fue Silvio Rodríguez quien nos ofreció su estudio en Cuba para hacer un análisis más riguroso”, contó Susana en una entrevista reciente con el diario El Tiempo de Colombia. “Tuvimos entonces el privilegio de grabar con gente que después llegó a unos tops impresionantes. Ese es el disco que se quedó en La Habana. En la época del éxito de Buena Vista Social Club, alguien que fue allá buscando viejitos y grabaciones, encontró mi grabación y se la llevó. Tumi Records sacó mis discos sin permiso: se trató de un robo, pero ganó el Grammy. Yo le hice muy mala campaña a ese disco porque en los conciertos, cuando la gente traía ese disco para que se lo firmara, yo me disculpaba y les pedía que me trajeran otro porque esa gente me había robado”.

En el año 1995, Susana fundó junto a Ricardo el instituto Negrocontinuo, encargado de la revalorización de la cultura negra del Perú, y hace unos pocos años fundó en su pueblo natal una escuela de música que cuenta con una biblioteca museo que archiva todos los acervos y registros musicales producto de sus experiencias incursionando en la etnografía musical a lo largo y ancho de su país. En 2012 fue elegida Ministra de Cultura del Perú durante el gobierno de Ollanta Humala. No solo fue la primera mujer elegida para ese cargo en el continente sino también la primera afroperuana en acceder a un cargo ministerial de su país, pero apenas seis meses después renunció junto a otros funcionarios que sentían que las bases ideológicas de su gobierno comenzaban a desvirtuarse en favor de políticas alejadas de las necesidades de su pueblo. “Todo eso va a estar en el próximo tomo de mi autobiografía, que va a incluir algunas maldades”, ríe.

En su discurso de asunción al ministerio de Cultura expresó: “Que los descendientes de los incas, hoy marginados, puedan volver a ser dueños de sí mismos. Que mis hermanos amazónicos puedan volver a tocar su música acorde con sus pájaros de hermosos colores. Que el perdón que aprendí de mis hermanos afroperuanos siga su camino para danzar con ritmo y alegría”. Su historia no es solo una historia de revancha personal, sino también la revancha de toda una cultura barrida bajo la alfombra del colonialismo y el imperialismo. “Justicia poética, en su forma más literal”, la describió ella alguna vez.

Para probar la vigencia de sus luchas, ahí están sus Palabras urgentes, con canciones como “Color de Rosa”, poema de Alejandro Romualdo que Susana había grabado para su primer disco en Cuba: “Si pintaras mi país color de rosa/ serías un gran pintor para ellos/ pero no pintes color de rosa/ las llagas de mi país”. Cuenta Susana: “Mucha gente me ha escrito para decirme que las canciones de este disco les traen lágrimas a los ojos, que es un regalo de luz. Eso mismo es lo que son las canciones para mí”. Y agrega: Ahora estoy tocando con músicos jóvenes del Perú, y subirme al escenario con esos chicos que ponen todo el espíritu para hacer las cosas, para expresarnos con la música, es inspirador. Eso va a encontrar el público que vaya a vernos, toda esta juventud peruana metida en la vida de la música. Es una emoción muy grande volver al sur, porque muchas veces estamos mirando para el norte y olvidamos lo nuestro. Vamos a entregar todo eso sobre el escenario. Todas nuestras historias y todo lo que aprendimos. Y, por sobre todas las cosas, vamos a ofrecer nuestro corazón”.

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