La poesía joven e inédita de Óscar Castro. - El Rancagüino

2021-11-03 06:12:05 By : Mr. Caesar chen

(Disertación en la Academia Chilena de la Lengua en 1985) Por Héctor González V.

¿Cuándo nacen los poetas?… Quizás si así como su obra y su recuerdo se prolongan, en algunos, infinitamente en el tiempo, su nacimiento no se produce al separarse físicamente de la madre que lo albergó en su vientre.

Tal vez los poetas existieron siempre. Estuvieron en el momento de la Gran Creación. Fueron parte de un átomo, de un cromosoma pequeñísimo, salido de la mano de Dios.

Se fue multiplicando y reproduciendo con el tiempo y con los siglos. Emergió algún día en un Hornero, o más tarde en un Shakespare o en un Dante, o pudo estar en el instante de la concepción de un Walt Whitman, de un García Lorca o de un Borges.

Creo que los poetas nunca nacieron, porque nunca morirán. Fueron utilizados y predestinados a pasar por la tierra efímeramente, para dejarnos belleza en los espíritus con el sortilegio maravilloso del malabar de la palabra.

Quise saber cuándo nació Osear Castro como poeta. Encontré en mi búsqueda el primer poema publicado en su Rancagua, y la fecha de su nacimiento físico. Este último, está en todas sus biografías: 25 de marzo de 1910. en una casa que estaba y que sigue ubicada en el número 120 de la calle O'Carrol.

Poco se sabe de la niñez y de la adolescencia de quién se convertiría, por antonomasia, en el «poeta de Rancagua». Pero, no estamos buscando hoy su presencia física en el mundo. Susías de niño de familia modesta correr, apenas disfrazada en personajes de algunos de sus libros o en líneas de alguna poesía.

Se conservan algunas breves y hermosas descripciones de episodios de su niñez: grupos de muchachos bañándose en un canal cercano a Rancagua en los veranos, su ingreso al Instituto O'Higgins de los Hermanos Maristas '. la Primera Comunión, la primera vez que entró en una biblioteca pública… Pero no dejó escritos sus recuerdos del primer verso escrito, tal vez a hurtadillas, p enviado a alguna muchachita. Se sabe que unos pocos le fueron publicados en las revistas infantiles «El Peneca» y «Don Fausto».

Sólo sabemos con certeza, porque el mismo solía contarlo o porque lo escuchamos de quién habló con él, que en el mes de marzo de 1929, con 18 años de edad, llegó, tímidamente, hasta el Director del periódico de Rancagua Miguel González Navarro y le preguntó si podría publicar alguna poesía, entregándole al periodista dos o tres que traía en un cuaderno.

Allí fue donde Osear Castro recibió su primer estímulo, la mirada comprensiva, la palabra de aliento de un hombre que también sintió en su pecho la vibración sutil de la poesía, y lo que es más, la promesa de publicárselas.

Quisiéramos adivinar cuál fue la emoción del joven Osear, cuando el día 9 de marzo de 1929, en una de las páginas del periódico «La Semana» (antecesor de «El Rancagüino») vio publicada por primera vez, una poesía con su firma y que se titula:

Está lejos, Señor, lejos de mi tristeza,

lejos como los cielos, las montañas y el mar.

Surge de mis recuerdos, trémula de belleza

¡Y mis manos ansiosas no la pueden tocar!

Dile a los horizontes, Señor, que se hagan trizas,

para que caiga el muro que intercepta su voz,

haz que vuelva a sentir cerca de mí sus risas

y que se cure mi alma sangrante con su adiós.

En la distancia se hacen música sus palabras.

Yo la sueno nimbada de un claro resplandor.

¡Señor, saca la espina con que mi alma taladras

y haz que sienta de nuevo mi amor junto a su amor!

Tú sabes, mi Señor, cuánto la quiero y cuánto

sufrió por esta larga separación.

Tú sabes que su llanto provocaba mi llanto

y su risa inundaba de paz mi corazón.

Ahora está lejana, mi corazón solloza.

La busco al lado mío ¡no la puedo encontrar!

Desde lejos me llega su voz maravillosa

y siento sobre mi alma su perfume pasar.

Si Oscar con sus 18 años, sintió la viva e inenarrable emoción de ver publicada una de sus poesías, podríamos también imaginar lo que sintió la muchacha, probablemente quinceañera y estudiante, que recibió el regalo de ese verso de amor.

Muy pocos días más tarde, Miguel González insertaba en su periódico la otra poesía que le entregara el joven Osear Castro: Esta vez no es una muchacha la inspiración. El poeta adolescente pinta con su verso un paisaje exterior e interior.

Alamos que son llamas amarillas.

Alas que escriben viajes en la tarde de otoño.

Cielo de atardecida, desteñido.

Y una estrella imprevista que se hunde, sin aviso,

dentro de la mirada vagabunda.

El cantar de las ranas disuelto en el crepúsculo,

echa su soledad húmeda sobre el campo.

La noche viene, a tientas, sobre los caminos ciegos,

con su canasto lleno de racimos de estrellas.

La hora muere en mí, como el mar en las playas.

Yo soy el occidente de la luz que se extingue.

Mi corazón, humoso de tristezas,

gira en un remolino de cantos imprecisos.

El joven poeta, envalentonado por la publicación de sus dos primeras poesías, se atrevió a volver a la oficina del periodista para entregarle otro verso. Conversaron largamente. A Miguel González le agradaba la charla. El joven tenía expresión fácil y, pese a su timidez, acentuada por su cuerpo frágil, sabía abrirse cuando alguien le inspiraba confianza y demostraba interés real por sus inquietudes literarias.

Pese a la diferencia de edad, Miguel González tenía 39 años, aventajándolo por 20, hubo comunicación y entendimiento. El día 10 de marzo, recordemos, Osear había cumplido sus 19 años. Un hecho curioso: Miguel González cuando joven y Óscar Castro niño, vivieron en la misma cuadra de la calle Zañartu, a metros de distancia. En algún momento tuvieron que verso y así se conocieron, sin conocerse. (Zañartu 682. Cuando Castro tenía 6 a 8 años, González tenía 26 a 28).

En abril vio publicado su tercer poema, dedicado a una incógnita amiga.

El trayecto de mi alma cayendo hacia el pasado

para encontrar las nuevas lámparas de colores,

termina donde sales a mi encuentro

con tu capa olorosa de días extinguidos.

Juegas continuamente con el collar sin fin

de las horas en viaje.

Y yo, el solo, contemplo tus manos olorosas

que están trenzando siempre mi pena y tu alegría.

Sin embargo, ahora que siembras horizontes en mi alma

y yo salgo a buscarte, sin rumbo, entre las cosas.

Es triste. El otoño se cae de los cielos

pero a través de todo canta tu primavera.

Yo podría besarte, allá donde termina

la cúpula del cielo.

Sin embargo, me tiendo sobre mi desamparo

y en mis ojos cerrados se proyecta tu imagen.

Ardiendo en mis recuerdos, solo en el horizonte,

siento acabarse el mundo más allá de tus manos.

Cierra tus ojos negros y me hundiré en la sombra,

estira tus brazos distantes y caeré en tus manos.

El joven poeta continuando sus versos al periodista Miguel González, quién se convirtió en su amigo y consejero y siguió dándole espacios en el periódico.

En algún momento, Oscar Castro adoptó un seudónimo, que abandonó poco más de un año más tarde. La gente ignoraba y aún sus propios amigos ignoraron por mucho tiempo quién era ese Raúl Gris, que también colaboraba en el mismo diario. Algunas veces, en una misma página aparecieron dos poesías, una firmada por Raúl Gris y otra por Oscar Castro. Hubo algunos que llegaron a sostener que uno de esos poetas era mejor que el otro.

Quizás si Oscar quiso provocar opiniones. Quiso que sus amigos opinaran libremente sobre la calidad de los versos de Raúl Gris. Nunca explica claramente la razón de su anonimato que permitía darle a sus poesías un estilo diferente.

En Abril de 1929, aparece Raúl Gris, con un verso titulado «Campesina», del que citaré sólo una estrofa:

«Me ha perseguido el recuerdo

con mi lámpara de luna! ...

En Mayo del mismo año 29, surge el nombre de una persona en la poesía de Castro, un nombre de mujer, Livia, a quién dedica una de los más hermosos poemas de su adolescencia. ¿Quién era Livia?… El poeta no nos da una respuesta, salvo el doloroso mensaje poético que tituló:

Será una tarde clara. Yo estaré moribundo.

Cantará primavera sobre los campos verdes.

Serán floridos todos los rosales del mundo.

Mi alma tendrá el destello de una luz que se pierde.

De pronto, tu recuerdo se encenderá en mi pecho.

Te crearé un camino con mis cinco sentidos

y veré como llegas al borde de mi lecho

con el suave silencio de los astros dormidos.

Besarás con ternura mi frente atormentada

para calmar mi fiebre con tu boca sedante,

y sentirán mis venas un temblor de alborada

que rasgará la sombra de aquel supremo instante.

Se quebrará mi vida, como se quiebra un vaso,

y plegando mis alas ¡pobre pájaro herido!

me dormiré en la almohada tibia de tu regazo,

tembloroso de amor y borracho de olvido.

¿Quién fue Livia?… ¿Tendría algo que ver con la misma ausente de su primer poema o con aquella a quién le dedicó su poesía, «Lejana», con leves reminiscencias de los poemas de amor de Neruda:

«Te seguirá llorando mi corazón por entre

la música sin eco de ¡os astros dormidos.

Continuará mi espíritu, trémulo de armonía

dibujando caminos para tus pies de lirio »…

Por aquellos mismos días tal vez un amor imposible le inspiró el poema

«Fatal destino nuestro, de amar lo que no existe,

vendimiar los racimos que nunca maduraron…

Vamos por esta vida taciturnos y tristes,

buscando inútilmente lo que otros no encontraron »…

Sin duda es el amor el que tortura el alma del joven. Como a todos nos ha ocurrido en un momento de nuestra juventud. Esa tortura lo lleva, también como Gabriela, a escribir una oración, titulada «Ruego», que termina con este desgarrado clamor:

«Sé que amor es tortura, y sin embargo quiero

que me des un cariño para poder sufrir.

¡Dame el dolor inmenso de un amor verdadero

para que no me mate la pena de vivir!…

El muchacho, aferrado a la vehemencia de sus 18 y 19 años, escribía versos afanosamente. Así fueron desfilando, entre muchos otros, en aquella época, los titulados: «Canción de las cosas humildes», «Vieja casa sin niños», «Hora trémula», «Aventurero», «Juventud», «El agua dice», « Serenidad »,« Lluvia »,« Ventana »,« Canción de primavera »,« Soledad »,« Diafanidad », etc.

Copiar citas de cada uno alargaría mucho estas reminiscencias. Creo que la muestra de los primeros de los versos publicados por Castro, que no recogió después en ninguno de sus libros y que obtuvieron la satisfacción de haber podido recolectar, cumple con el primer objetivo que nos hemos señalado.

Veamos ahora brevemente, otra de las facetas juveniles de Osear Castro, la que le sirvió para que los rancagüinos conocieran su figura y su rostro. Se trata del joven poeta laureado en sucesivas Fiestas de la Primavera por sus Cantos a distintas Reinas.

Fue en 1930, Castro tenía 20 años de edad, cuando por primera vez su nombre surgió como ganador del Concurso de Canto a la Reina Primaveral.

Al año siguiente volvió a ganar un concurso semejante y lo mismo ocurrió en noviembre de 1933, cuando el poeta tenía 23 años.

Vamos a tomar esta última poesía, como un ejemplo de la inspiración primaveral del joven poeta laureado que, recibía una modestísima suma de dinero, y más que nada, el honor de recitar su poema en el Teatro de Rancagua, acompañar dándole su brazo a la Reina hasta su trono y colocarle solemnemente sobre su cabeza, la corona feature. (En las fiestas primaverales 1933, Noviembre, fue premiado Osear Castro, quién coronó a la Reina María Angela García).

La voz de la princesa vuela sobre mi canto

como el perfume de las noches emigradas.

Florece para ella el árbol de los planetas

y el barco de la luna nueva suelta sus anclas.

Reina de los almendros y de las mariposas,

dueña de los aromas y el viaje de las alas,

sobre su corazón se atardece la música

del verso galopado de vientos y campanas.

Alza sus ojos y en la tarde transparente

se curva en un vuelo de humo sus pestañas

y en sus pupilas hondas se ven pasar los sueños

perdidos en azules y lentas cabalgatas.

Bajo la mano suya, sembradora del día,

toma la creación el ritmo de una danza

y hacia su nombre, lleno de sol, la primavera

viene como empujada por un rumor de flautas.

Fruta, ofrenda, canción, Reina de la armonía,

el espíritu, en ella, maravillado canta,

y el elogio, en la voz de los poetas tiene

la pura sencillez de un aro de la infancia.

Reina, desde tu mano, leche de luna y lirios,

ruede la fiesta alegre, como una flor de llamas,

y como si se abrieran los panales del mundo,

zumben los corazones en ágiles bandadas.

Durante un tiempo se alternaron en las páginas del periódico las poesías firmadas por Raúl Gris y las que firmaba Oscar Castro. Pero, poco a poco las del triste y melancólico Raúl Gris fueron escaseando al mismo tiempo que aumentaban los versos con mayor vida de Osear Castro.

La última poesía de Raúl Gris, titulada

Porque yo sé que no me quiere,

en una noche gris cualquiera,

con el retrato de la ausente

sobre mi corazón enfermo.

Ella me miente por no hacerme

triste la vida sin su amor;

pero yo sé que no me quiere:

Cuando después que me haya muerto

¿Resbalarán por sus mejillas,

lágrimas tibias de dolor?

Yo no lo sé, pero presiento

que irá al encuentro de mi madre

y llorarán juntas las dos.

Transcurrió el tiempo y el nombre de Raúl Gris no volvió a aparecer en el periódico. Más de alguien debe haber pensado: ¿Se mató efectivamente, como anunciaba en su triste y último poema?

Pero hay una curiosidad más. Raúl Gris había desaparecido en 1930. Pero, repentinamente, catorce años más tarde, en 1944, en la Página Literaria de «El Rancaguino», reaparece con una esporádica poesía con la firma de Raúl Gris.

Irán cayendo las hojas

en un vuelo de abandono

Mi corazón se ha quedado

en que una tarde se unieran

sobre él se irá amontonando

la mortaja del otoño

¡Pero el brillo de mis sueños

será una estrella en el polvo!

en nuestros sueños absortos…

que, con rubor en el rostro

veían desde los huertos

el amor que iba en nosotros…

¡Todo es en mi corazón

sólo un recuerdo glorioso!

Serán azules las tardes

sobre el caminito de álamos

En 1932 el 16 de agosto, «La Semana» publica en su edición de aniversario la poesía:

Eras una canción tañida entre las rosas.

Perfuma mi jardín tu corazón fragante.

La mañana de azules pupilas milagrosas

aproxima el temblor de tu mano distante.

Pintas con el fulgor de un oro atardecido

cada cosa que besas con tu limpia mirada.

Dejaría en tu voz mi poema dormido

para que amaneciera tibio de madrugada.

Huelo tu corazón caído entre las rosas.

En la luz matinal va desnuda tu pena,

y una abeja que pasa zumbando melodiosas

oraciones, te trae, pequeñita y morena.

Sonámbula tu voz por mi senda lunada.

La noche, lirio azul entre las mariposas

te refleja desnuda en mi agua iluminada.

Duerme el color de tus ojeras en las cosas.

Regazo de canción para la milagrosa

 cabeza del Amor, va tu ensueño de seda

 recogiendo una lumbre de fragancia gloriosa

 en la calma de alguna dormida rosadela.

Luna de tu piedad en mi sombra. Armonía

del recuerdo que pasa con la planta desnuda

deshojando perfumes en mi melancolía

¡Suave reino interior de tu caricia muda!.

El 25 de febrero de 1933, se publica:

Lluevan las mariposas y los atardeceres

hacia la mano suya, que llegó mi canción.

Otoño de oro crucen, maravillosamente

por lunados caminos, sobre su corazón.

Vague por su tristeza la música del niño

que tenía una flauta azul y una canción

Sobre su cabellera deshójense las lunas.

Emigren golondrinas hacia su corazón.

Todo sea de seda. Todo floreza en ella

Tenga la Primavera llave de la canción.

Yo seguiré llorando, las manos en las sienes

como si hubiera muerto sobre mi corazón

En fraterna despedida a uno de sus amigos que debió ausentarse de Rancagua para buscar nuevos horizontes, Óscar escribió el 5 de febrero de 1944:

Amigo, el nombre de Olga estará en tu tristeza

trazando el vuelo de las hojas en otoño.

Su voz, como una música lenta que va muriendo,

será caricia en tu hora de abandono.

Y ella estará en mi pueblo, dándome su presencia

y su palabra. Y tú estarás con nosotros.

Le contaré tu pena y 13! vez no la crea.

Tal vez a mi relato siga su risa de oro.

Es que yo no sabría decirle lo de aquella

última noche de recuerdos y silencios,

en que tu corazón, hacia el fondo del vaso

inclinaba su rama florida de recuerdos.

Eran las dos, y todos estábamos callados.

Nos hería el sollozo que de la ausencia viene.

Había luna y en la cubierta de los vientos

viajaba el aullido borracho de los trenes.

Tú decías su nombre, con un sabor de ajenjo

en la boca y el alma. Y al ascender el humo

quizás dibujaría su perfil de caricia

en el blancor desvanecido de los muros.

Todas las cosas hoy siguen el ritmo de antes.

Tú lejos. Los amigos de siempre. El pueblo solo.

Las cuatro letras de Olga irán en tu tristeza

trazando el vuelo de las hojas de otoño

Otro de sus amigos, jugador de fútbol del Club Deportes Instituto, Juan Jouvhomme Silva, muere en 1935 y Castro, el 18 de noviembre, en su recuerdo, publica una

Amigo, estas palabras ya no tienen sentido

para tu corazón inmóvil, estás quieto

como las piernas grises, como la inmensa noche

que en su sombra estrellada guarda todo secreto.

Y ya no se abrirán las puertas de tu casa

para que tú contemples la calle solitaria.

Tu sombra, en los rincones, vagará silenciosa.

En la voz de tu madre serás una plegaria.

Y una pobre mujer enlutará su entraña:

la mujer que en el lecho de tu muerte no viste.

Y un hijo ha de llamarte, sin que tú le respondas:

el hijo que engendraste y que no conociste.

Estás muerto, estás muerto. Para tus ojos ciegos

la palabra, el gemido, son polvo, ensueño, nada.

No podrán despertarte de tu sueño infinito

ni el grito de tu madre, ni el dolor de tu amada.

El 11 de enero de 1936, el poeta de 26 años sigue cantando al Amor:

CANCIÓN DEL AMOR PERDIDO

Aquí en mi soledad, calladamente lloro

evocando la pena de tus ojos lejanos.

No volverá a decirme «te quiero» tu voz de oro.

Nunca más temblarán en las mías tus manos.

Tu sonrisa, tus gestos, tu mirada serena,

la clara madurez de tu cuerpo de niña,

columpiaron mi ser en el gozo y la pena,

como un sol en la alegre fragancia de tus viñas.

¿Y ahora? La palabra se quiebra de tristeza,

No volveré a besar nunca más en la vida.

Contemplarte pasar, erguida la cabeza

que en mi hombro, tantas veces, se quedó adormecida.

Mujer, yo no sabía que te quisiera tanto.

Toda mi juventud contigo se ha perdido.

Hoy que siento los ojos ahogados en llanto

¡Cómo anhelo quedarme en tus brazos dormido!

Pienso en tu frente pura y en tu boca risueña

que otro habrá de besar como yo la besaba

y toda la amargura del mundo se despeña

sobre la soledad de mi alma atormentada.

Con todo el corazón roto por su sollozo

digo: no he de querer nunca más en la vida!

Y siento que se interna tu acento tembloroso,

lo mismo que un puñal perfumado, en mi herida.

Sin embargo, no fue sólo el Amor el que inspiró al poeta. Tenemos como un tesoro el original de su poema inédito titulado:

Los libros, en la paz de los viejos estantes,

son lámparas que alumbran con resplandor secreto.

Abrirlos es abrir ventanas de diamantes

para que eche a volar el espíritu inquieto.

Milagro de su voz que habla calladamente,

con temblores de estrella o de piedra preciosa,

y nos deja en el fondo del alma

y en la frente un polvillo sutil de ala de mariposa.

¡Ah, libros de leyendas! En sus páginas puras

se me durmió la infancia, cancionera y lejana.

Y en cada deslumbrante relato de aventuras

soltó mi corazón su fiesta de campanas.

Después leí los libros del amor y la gloria:

la romántica estrofa y el beso en los jardines…

Y luego las heroicas páginas de la historia,

con luchas y derrotas y fieros paladines.

Todo quedó en mi alma para siempre grabado;

ilumina mis horas y acompaña mis días.

Y cuando yo me muera quiero ser sepultado

con un libro de ensueños entre las manos mías.

Porque el libro es el canto y el dolor de los hombres,

la fiereza del débil, la sonrisa del fuerte,

y al abrirse sus páginas, como si fueron alas,

nos conduce en su vuelo más allá de la muerte.

Oscar Castro prodigó también su vena poética, escribiendo la letra de algunos Himnos.

En 1939 el diario «El Rancaguino» organizó, el «Día del Deporte» que reunió a unos 3.000 deportistas de las más diversas actividades del músculo. En la gran fiesta, se estrenó el «Himno al Deporte» que le fue solicitado a Castro, y cuya música escribiera el Maestro Arturo Arancibia:

Es el deporte un buril que cincela

cuerpos esbeltos de firme silueta,

y del esfuerzo tenaz que modela

surge la estampa inmortal del atleta.

Fuerte la mano y erguida la frente

bajo la comba radiante del cielo

van los que lanzan el dardo poetente

y los que elevan el disco en un vuelo.

¡Viva el deporte de los vencedores!

¡Viva el que llega triunfante a la meta!

¡Y viva el sol, que es corona de flores

sobre la frente viril del atleta!

Jóvenes hombres de pecho fornido

pisan las canchas de fútbol veloces

y en el estadio de fiesta vestido

vibra un enjambre de cálidas voces.

En el deporte se borran fronteras

únanse todos los pueblos hermanos

y es todo el cielo una inmensa bandera

sobre los cuerpos esbeltos y sanos.

Y al recordar sus Himnos, no podemos dejar de mencionar, el que se toca y se canta como música de su Patria chica:

En Octubre de 1943 la Municipalidad de Rancagua convocó a un concurso para un Himno a la ciudad, que cumplía 200 años de existencia.

Oscar Castro, no obtuvo el primer premio, sino el segundo. Sin embargo, su Himno es el que se continúa cantando, después de más de medio siglo, en todos los coros, en las escuelas y en muchos actos oficiales en Rancagua.

Ave Fénix que nunca perece,

revestida de un nimbo triunfal.

¡Oh, Rancagua, tu gloria florece

en un loco heroísmo inmortal!

En el cielo se vio reflejada

una hoguera de inmenso fulgor:

de tu Plaza la gran llamarada y

de O'Higgins el fiero valor.

En Rancagua dio trémula nota

el clarín de la muerte al sonar

y fue un riego la sangre patriota

para el árbol de la libertad.

Cual guirnaldas de octubre floridas

en tus calles los nombres se ven

de los héroes que al darte sus vidas

un laurel han prendido en tu sien.

Y una torre que el tiempo detiene,

centinela de honor y de luz,

para el pecho del héroe sostiene

de martirio y de gloria, una cruz.

A través de sus versos, Castro va señalando algunas características de Rancagua: su escudo de armas que tiene un Ave Fénix en el árbol de la libertad. Menciona el mes de Octubre en que se desarrolló la batalla de 1814 y el hecho de que la mayoría de las calles centrales de la ciudad tienen los nombres de héroes de esa acción. Finalmente al hablar de una torre y de una cruz de martirio y de gloria, está haciendo referencia al torreón del templo mercedario que fue el cuartel general y el mirador de O'Higgins para dirigir el combate y al hecho de que la torre está coronada con una cruz y que el fundador de Rancagua le dio al plano de la ciudad la forma de una cruz cuyos brazos se cruzan en la plaza, además de la primitiva denominación de la ciudad como Santa Cruz de Triana.

El 10 de Junio ​​de 1944, en la Página Literaria del diario «El Rancaguino» en la que colabora con frecuencia, publica dos sonetos, que no fueron recogidos en libros posteriores:

SONETO DEL MAL TAHÚR

Yo jugué con los hombres a pecho descubierto

y mostré al adversario los naipes de mi vida.

Fui perdiendo, por eso, partida tras partida,

con los ojos leales y el corazón abierto.

Y por más que lo quise, no floreció el desierto.

Toda espada traidora hizo vaina en mi herida.

Y así, sangrante y triste, con la mano tendida,

gritaré mi verdad, hasta caerme muerto.

Porque en la vida, amigos, nada vale, ni nada

tiene más dulcedumbre que esa mala estocada

que nos dan sin razón, en cualquier despoblado.

Sólo es mío el pecado, si siempre fue sincero,

si no supe mirar las manos del fullero

y si elegí el paquete de los naipes marcados.

Cuando baja un maestro al seno de la tierra,

una estrella se apaga para la humanidad;

la puerta del futuro lentamente se cierra

y hay voces que sollozan pidiendo claridad.

Mucho más que los héroes caídos en la guerra

ellos trazan con sangre la suprema verdad,

y no comprende nadie cuánto heroísmo encierra

esta diaria batalla contra la oscuridad.

Filósofos, soldados, poetas, pensadores,

ellos van por la tierra derramando fulgores,

fijos los ojos puros en la cima ideal.

Y aunque las piedras hieran y puncen las espinas

ellos encienden lumbres y reconstruyen ruinas

hasta que los acoge la tierra maternal.

Desde el día de marzo de 1929, en que se publica en Rancagua la primera poesía de Osear Castro, hasta que se publica su primer libro en 1938, el poeta entrega al diario rancagüino, a revistas y otras publicaciones, por lo menos un centenar de poesías, la mayoría de las cuales nunca fueron conocidas fuera del ámbito local de su pueblo.

En su primer libro, «Camino del Alba», recoge solamente tres de esos poemas juveniles.

En vida publicó cuatro libros de versos: «Camino del Alba», «Viaje del Alba a la Noche», «Las alas del Fénix» y «Reconquista del Hobre-». Otro aparecieron en forma postuma, como «Rosario Gongorino-» y «Rocío en el trébol».

En total, en esos seis libros, están guardados para la posteridad 158 poemas. Por lo menos igual número quedaron para siempre inéditos.

He querido traer hasta ustedes, sólo un pequeño manojo de la poesía juvenil de Osear Castro y otro manojo, más pequeño, de su poesía inédita, escrita después de 1938, fecha de su primer libro.

Quienes conocen y admiran al poeta de Rancagua a través de su obra publicada, atesorada en sus libros, pueden decir que conocen lo mejor de su obra poética.

SOCIEDAD INFORMATIVA REGIONAL SA O'Carrol 518, Rancagua, Chile - Mesa Central: 56 72276 6080

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